martes, 16 de mayo de 2017

Felicitación a nuestro compañero Miguel Barrantes de 3º ESO Miguel Barrantes: finalista en el concurso de relatos Luis Landero

¡Hola a todos, de vuelta del fin de semana!


Desde el profesorado del IES Antonio Gala queremos felicitar a Miguel Barrantes, alumno de 3º de eso; ya que  ha quedado entre los 10 finalistas de 237 relatos presentados al XXVII CONCURSO NARRACIONES CORTAS LUIS LANDERO (España).


No sólo queremos felicitarle sino mostrar nuestro orgullo por su trabajo y le queremos animar para que siga escribiendo. 

El acta del fallo del jurado:


 Os dejamos a continuación el relato corto para que podáis disfrutar de él.

EL GRITO DEL MISTERIO
Jose cerró la puerta tras de sí.
-¿En qué lío te has metido, Laura?- preguntó. Parecía cansado, sus ojeras pronunciadas le hacían aparentar unos años de más. Claro que eso no hacía sino denotar experiencia y profesionalidad para un abogado que sólo contrataban las mejores familias de Madrid. Ataviado con traje negro sobre una camisa blanca, y corbata granate, Jose se sentó en el sofá, enfrente de mí . Abrió una carpeta de documentos y se dispuso a estudiarla, empezando por colocarse las gafas de lectura.
- Veamos: Se te acusa de tenencia ilícita de armas, allanamiento, múltiples intentos de homicidio y... - Conforme iba leyendo más se sorprendía, y más lentamente hablaba-... daño irreversible a numerosos bienes públicos, por un valor de millones de euros...
Yo permanecía callada, alargando cuanto podía mi silencio. Estábamos en la oficina (un poco oscura) de una comisaría, a solas. Jose terminó de leer el informe, esta vez sin articular palabra. Al terminar, guardó las gafas mientras soltaba un profundo suspiro, y clavó sus ojos en los míos. Con voz paternal, preguntó:
-¿Qué ha pasado? ¿Qué ha podido pasar en tan solo una semana que llevas de Erasmus en Noruega? Explícamelo.
-Bueno...- Balbuceé. Una cosa era argumentar unos cargos por posesión de drogas, y otra muy distinta esto.- Es una historia muy larga.- Acabé diciendo, con una sonrisa nerviosa.
-Tienes que contármela.- Nunca había visto tan serio a Jose- No sé si te das cuenta de la gravedad del asunto, pero he oído que piensan juzgarte como a una persona adulta. ¿Sabes lo que eso significa? ¡Por Dios, puedes permanecer el resto de tu vida en la cárcel!
-No pueden hacer eso, solo tengo dieciséis años.
-Oh, por supuesto que pueden. Y lo harán. Salvo que alguien les convenza de que, o bien han detenido a la chica equivocada, o bien todo ha sido un horrible accidente en el que tú no tienes nada que ver. Y ese alguien tendré que ser yo, Laura. Así que más te vale contarme toda la verdad. Solo yo puedo ayudarte.
Quería pensar que estaba exagerando, pero sabía perfectamente que no era así. Me armé de valor.
-Está bien. Todo empezó cuando mi clase y yo visitamos el Museo Munch. Allí la guía nos presentó Skrik, o en español El Grito, de Edvard Munch. Ese cuadro me pareció muy peculiar, porque me transmitía unos recuerdos muy distintos a los demás...
Jose cerró los ojos y bajó la cabeza, negando, mientras se apretaba con los dedos el puente de la nariz. Volvió a mirarme, escéptico.
-Oh, no, Laura, otra vez esa historia no. Ya lo hemos hablado, tú no puedes sentir los recuerdos de los objetos, ¡Es sencillamente imposible!
Lo miré indignada.
-Sí, ya lo hemos hablado, ¡Y por eso precisamente creía que me habías entendido! Tengo un sexto sentido, Jose. Y mi madre también lo tenía. ¡Y lo peor era que a ella la creías y a mí no!
Jose miró al suelo, como si estuviera buscando un buen argumento. Eso no era algo habitual en él, ya que significaba duda, pero ese instante de debilidad no duró mucho. Como buen abogado que era, al instante ya volvía a mirarme seriamente, defendiéndose y tratando de convencerme.
-El "poder" de tu madre iba más allá. No se limitaba a sentir los recuerdos de los objetos, como tú, sino que también era capaz de captar los de las personas. Lo demostró varias veces. Pero me dejó clara una cosa: Que si determinado hombre lo descubría, sería capaz de cualquier cosa con tal de obtener este poder. Así que lo único que se le
ocurrió fue despojarse de esa habilidad. Nunca supe cómo, ni dónde. Pero sé que desde que regresó después de hacerlo, jamás volvió a ser la misma. La bondad y la alegría que obtenía de ese "sexto sentido" desaparecieron, lo que fue una prueba irrefutable de que se había deshecho de ello. Y, por supuesto, nunca me volvió a "leer los recuerdos". Y todo eso sucedió antes de tu nacimiento y su muerte. Por lo tanto, es prácticamente imposible que hayas heredado esos poderes.
Yo estaba anonadada. Era la primera vez que me contaba tanto. Y tenía que ser en un momento como ese. Recuperé el habla.
-Entonces, si no me crees, ¿Qué quieres que te explique?
-La verdad, Laura. Tu fascinación por las habilidades de tu madre está yendo demasiado lejos, hasta el punto de que crees que tú también las tienes. Si ofreces una declaración basada en eso, tendrás un problema. Un problema que yo no podré arreglar.
Su voz había pasado a ser cariñosa. Llevaba suficiente tiempo tratándolo como para saber que eso solo era una técnica para sonsacarme lo que quería. Permanecí un rato observando las sombras de los policías y detectives que se reflejaban en las persianas de láminas cerradas.
-Me pides la verdad, y esa es la verdad.- Jose suspiró de nuevo.- ¿Quieres escucharla o no?
-¿Por qué te empeñas en...? Bien, da igual, tú verás.- Cogió su libreta y su bolígrafo, preparado para tomar apuntes.- Adelante.
Proseguí, esta vez más seca, con menos confianza.
-De acuerdo. Como ya sabes, mi instituto me envió de Erasmus a Noruega. Tuve la «grandísima suerte» de que ninguna de mis amigas salió elegida junto a mí. Así que emprendí el viaje con mi clase, pero en el fondo sola. Una vez llegamos y nos instalamos, la primera actividad que hicimos fue visitar el Museo Munch. Allí, una guía
que hablaba fluidamente inglés nos iba explicando cada cuadro: su historia, cómo estaba pintado, en qué se había inspirado Edvard Munch para hacerlo (o más bien, en qué se cree que se inspiró)…
Se notaba que Jose se impacientaba.
-¿Puedes saltarte las partes menos relevantes, por favor?
Le dirigí una mirada asesina.
-Tú siempre me dices que todo en un testimonio es relevante.
Jose se frotó los ojos.
-Cierto, perdona. Continúa.
-Con mi "sexto sentido" podía ver que el autor pocas veces pintaba un cuadro por felicidad. Sentimientos como el odio, la desesperación o simplemente la tristeza impregnaban sus cuadros, los cuales poseían unos recuerdos muy nítidos debido a su fuerza. Pero todo cambió cuando llegamos a El Grito. En un primer momento no sentí nada. Tuve que esforzarme para conseguir algo. Pero lo único que distinguí fue un aura de misterio y, lo más inquietante, miedo.
-¿Miedo?- Jose parecía haberse enganchado a mi relato. Cambió a una posición más cómoda en el sofá mientras preguntaba:- ¿El cuadro te daba miedo?
-No, no. Ese sentimiento no provenía de mí, sino del cuadro. Y ya sabes que un sentimiento solo permanece en un objeto si es de alguien que lo ha tocado durante mucho tiempo. Así que solo podía ser del autor. Pero hubo una cosa que despertó mi atención y me sacó del ensimismamiento en el que me había sumergido con el cuadro: La guía estaba diciendo que éste había sido robado numerosas veces, así que el miedo también podía provenir de algún ladrón. En cuyo caso ese temor podría identificarse como el propio de que te descubran en el momento del robo. Pero eso no explicaba la sensación de misterio que eclipsaba el resto de emociones.
Jose parecía haber olvidado para qué estaba allí. Simplemente me miraba, inquisitivo, y ni se molestaba en tomar notas. Así que continué:
-Como fuera, decidí que lo mejor era olvidarme y continué con la visita. Pero cuando volví a la casa donde nos alojábamos, esas dudas aún rondaban mi mente, así que, casi de inmediato, me puse a investigar en internet. Descubrí la trágica historia de la muerte de la hermana de Edvard tras la obra, y también que no solo había uno, sino cuatro cuadros iguales sobre El Grito. Pensé que quizá otro ejemplar pudiera aclararme algo sobre lo que pasaba.
-¿Y no te bastaba con las fotos del Google Imágenes que tenías que ir y allanar la Galería Nacional de Noruega?
Me sentí un poco estúpida. En ningún momento había pensado en la posibilidad de que las fotos de un objeto pudieran transmitirme los mismos sentimientos y recuerdos que el objeto en sí. Pero enseguida deseché la idea.
-Las fotos son solo eso, fotos, Jose. No están formadas por la materia del objeto que representan. Me transmiten los recuerdos de la persona que las tomó, no de lo que muestran. Y ni siquiera me transmiten nada cuando las veo por internet, ya que, básicamente, no son un objeto, sino un archivo digital. ¿Entiendes?
-Más o menos.- No parecía del todo convencido.- Sigue, por favor.
-Bueno, había varias posibilidades: O volver al Museo Munch, donde podría localizar otro ejemplar del cuadro, o ir a la Galería Nacional de Noruega. El museo me pillaba más cerca, pero eran las 18:30 y a esa hora ya estaba cerrado, las visitas terminaban a las 16:00. La galería, en cambio, aunque solía cerrar a las 18:00 ,aquel día jueves, era el único día de la semana cuyo cierre se posponía hasta las 19:00. Me encaminé hacia allí enseguida, temiendo no llegar a tiempo. Afortunadamente, a las 18:45 estaba en las escaleras con columnas de la puerta de la galería. Una vez dentro, advertida de que
cerraban en 15 minutos, me dirigí inmediatamente a la obra. Pero me di cuenta con estupor de que no estaba en su sitio. Preguntando, conseguí averiguar que la habían llevado al almacén por motivos que no logré entender. Así que, sin que nadie me viera, localicé la puerta que daba a éste y me colé.
Tenía la impresión de que Jose no estaba creyendo mi testimonio. Aún así, supongo que decidió «seguirme el juego».
-¿Y nadie sospechó de ti al verte insistir tanto por un mismo cuadro?
-Sí lo hicieron, no advirtieron a los guardias, porque nadie me detuvo.
-Ya. Pero, ¿Por qué jugarse la vida tanto por algo tan trivial?
-No lo entiendes, Jose. Sé que puede parecer ridículo, pero era como si el cuadro me pidiera que aclarara su misterio.
-¡Ajá!...
Esa indiferencia suya que siempre surgía cuando era demasiado escéptico se hizo presente, irritándome. Me planteé no contarle más, dejar la historia sin concluir. Pero sabía que Jose no me dejaría hacerlo, así que proseguí:
-Como iba diciendo, conseguí entrar en el almacén sin ser vista. Y justo a tiempo, porque apenas cinco minutos después anunciaron el cierre de la galería, pidiendo a todos los clientes que salieran. Estaba muy nerviosa, pues era la primera vez que hacía algo ilegal...
-Eso no es verdad_ supe a lo que se refería_.
-Sabes que esos cargos por posesión de drogas no eran ciertos. Tú mismo me defendiste.
Jose no contestó, así que continué, no sin antes soltar un sonoro resoplido:
-El almacén estaba a oscuras. Por la poca luz que me llegaba a través de las rendijas de la puerta pude distinguir que me encontraba en la cima de unas escaleras que bajaban, y bajaban, hasta perderse en la oscuridad. No sabía si allí había alguien y, si, de ser así,
me habría oído. Aún así descendí, escalón a escalón, lentamente, palpando la pared que se encontraba a mi derecha. Cuando por fin llegué al final, mis manos encontraron un interruptor, que impulsivamente accioné, pensando -demasiado tarde-, en mi teoría anterior sobre que quizá no estuviera sola allí. Ante mí se abrió una inmensa nave con estanterías de varios pisos que parecían no tener fin. Desgraciadamente, las luces habían hecho mucho ruido al encenderse: escuché unas voces que se acercaban a la puerta decir algo atropellado en noruego.
-Es increíble con cuanta claridad te acuerdas, Laura. ¿No será un relato inventado, verdad?
Apreté los dientes, preparada para defenderme.
-Creo que algo tan intenso no lo podré olvidar nunca, Jose.
Él asintió y cambió de posición en el sofá. Deseé poder continuar sin más interrupciones por su parte, aunque sabía que pedía algo imposible.
-Rápidamente me adentré en uno de los muchos pasillos. De inmediato oí el ruido de la puerta al abrirse, y las exclamaciones de sorpresa de los guardias, seguidas de una extrema precaución al bajar las escaleras. Yo los vigilaba por los diversos huecos de las estanterías mientras me movía. Hasta que tropecé y me caí.
Noté el atisbo de una carcajada en Jose, pero rápidamente se recompuso.
-Resulta que mi pie había topado con unos gruesos cables enganchados a la pared del fondo. Tuve una idea, y comencé a tirar de ellos, hasta que se desenchufaron. Inmediatamente se hizo la oscuridad. Mi idea resultó ser cierta: eran los cables de la corriente eléctrica de las lámparas del techo. Noté un revuelo en los guardias, pero se callaron rápidamente. Al menos, ya estaba más segura. Y, allí, en la más absoluta oscuridad, pude relajarme un poco. Hasta que llegué a sentir el cuadro. Era una sensación parecida a la que me pedía que resolviera su misterio. Así, siguiendo esa
intuición, llegué hasta él. En ese ejemplar tampoco alcanzaba a distinguir más que en el primero, pero sí percibí algo distinto: me llamaba, cada vez más fuerte. Y, cuando lo acaricié con una de mis manos, se iluminó.
-¿Qué?- Jose ya había dejado de creérselo -¿Me estás diciendo que un cuadro brilló?
-Sí, eso exactamente. Pero no fue todo: también me reveló cosas. Fue como si me despejara la mente y me descubriera unos recuerdos ocultos.
-¿Qué?- Jose tenía la mandíbula desencajada.
-Recordé a mi madre. Recordé cómo, de pequeña, le mostré mis poderes. Recordé cómo se asustaba y hablaba por teléfono, nerviosa, con alguien a quien decía que las habilidades de nuestra familia eran cuestión de genética, y que daba igual que ella se los hubiera quitado, yo podría tenerlos, en mayor o menor medida. Y que su "tratamiento" había ayudado a que fuera en menor. Y, lo más impactante, obtuve unos recuerdos que no eran míos: fui consciente que Edvard era un antepasado nuestro que también poseía ese sexto sentido.
Jose se había quedado sin habla. Aún tenía la boca abierta, pero noté que le había convencido, que de alguna manera sabía que esa historia podía ser muy cierta. Se quedó pensativo mientras yo continuaba:
-Parece que Munch quería que la gente recordara su vida tal y como era, y usando sus habilidades encerró sus recuerdos en esa serie de cuatro cuadros, a la espera de que alguien de su familia los descubriera y los diera a conocer.
-Evidentemente, tú no lo has hecho, ¿no es así?- Yo negué con la cabeza.- Así que... ¿Cuáles eran esos recuerdos ocultos de Edvard Munch?
-¿Recuerdas esas figuras, al fondo, en el cuadro de El Grito? Existieron de verdad. De hecho, durante la última etapa de la vida de Munch, no hacían sino seguirle y acosarle. Edvard temía que fueran secuaces de ese hombre que quería los poderes de nuestra
familia.
Jose se sorprendió.
-Entonces, ¿Ese hombre también existía en la época de Munch?- Asentí.
-Pienso que se trata de otra familia con otro poder. El de la inmortalidad.
Sobre ese tema, también algo debía conocer o sospechar Jose, porque resopló y no dijo nada más.
-¿Y qué ocurrió con los guardias?¿Vieron esa luz?
-Sí, y cuando me quise dar cuenta estaban encima de mí. Pero logré escapar, aunque me persiguieron. Volví a la galería, que por entonces estaba ya sumida en la oscuridad. Cada vez más y más cansada, finalmente uno de los guardias me atrapó. Forcejeamos, y yo conseguí quitarle la pistola. Y, cuando vi que se abalanzaba sobre mí otra vez, le disparé. Me asusté al ver cómo él caía al suelo, así que salí corriendo de inmediato. Pero no más de un minuto después, el segundo hombre me cortó el paso. Impulsivamente, le disparé, aunque fallé. Lo intenté otras tres veces mientras él intentaba darme alcance, sin éxito. Una de las balas fue a parar a una bombona de la calefacción, que explotó, e hizo explotar las demás. La explosión me cegó de ojos y oídos, y pude notar cómo el guardia chocaba conmigo, ambos caímos al suelo. Lo siguiente que recuerdo es despertarme en el hospital con mi padre al lado.
Jose y yo permanecimos un instante callados. Después, él preguntó:
-¿No recuerdas cómo estabas cuando te encontraron?
-No- dije. Tampoco sabía si quería averiguarlo.
-Te encontrabas bajo una pila de escombros. La galería entera se vino abajo. Afortunadamente, las protecciones de los guardias les salvaron la vida. Pero tú podrías haber muerto de no ser porque uno se te echó encima y te resguardó. Supongo que es el que dices.
Entonces calló. Yo permanecí en silencio. Preocupada.
-Ahora... ¿Qué va a pasar?
Jose se sentó al borde del sofá, con los codos sobre las rodillas y las manos entrelazadas, mirándome fijamente. Se aseguró de que nadie nos escuchara.
-¿Ahora? Pues, si eso es lo que realmente sucedió, tendremos que investigar más adelante sobre ello para asegurar tu protección y la de tu familia frente a esos supuestos personajes inmortales; pero de cara a la justicia debemos inventarnos una historia más realista y hacerla pasar por la verdad. Porque todo esto no puede ser tu declaración. Te tomarían por loca, y a mí también por defenderte.
-¿A ti también?¡Pero si tú lo haces porque te pagan!
Jose alternó su mirada entre el suelo y la mía. Resopló.
-No, Laura. Esta vez tu padre no podía pagarme debido a unos problemas, así que me ofrecí a ayudaros voluntariamente.
En ningún momento había pensado que mi padre pudiera tener problemas con el dinero. Además, ¿Jose hacía esto por voluntad propia?¿Se habría encariñado conmigo?
-Entonces, ¿Me crees?
-Eso no importa. Te crea o no, no puedes presentar esta declaración.- Entonces me miró fijamente a los ojos.- Piensa en otra cosa.
Yo asentí. Así que, para que la nueva historia fuera más creíble, decidí olvidarme de que tenía poderes. Y de que era descendiente directa de un famoso pintor noruego, de un genial artista atormentado por unos seres inmortales y miserables.
Pero, aún así, en todo momento tenía presente a lo que me enfrentaba. Por intentar recuperar la memoria de mi familia, podía pasar el resto de mi vida encerrada.
                                                                                                                    Miguel Barrantes

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